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Crisis climática: caminamos directo a la extinción pero los candidatos prefieren vendarse los ojos

  • Foto del escritor: Patricio  /  No a Amazon
    Patricio / No a Amazon
  • 9 nov
  • 10 Min. de lectura
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La humanidad se enfrenta al mayor de sus retos, una crisis medioambiental que ya está alterando las condiciones de vida de millones de personas y cuyo inevitable avance pone en riesgo las propias bases de la existencia humana y de una parte importante de las formas de vida no humana con las que compartimos el planeta.

 

Lo que es una emergencia global y debiese ser la principal preocupación y tema de discusión a nivel de Estados, en Chile no aparece como prioridad en la agenda de los candidatos presidenciales, no ocupa espacio en los matinales o noticieros y en las diversas encuestas ni siquiera está dentro de las 10 principales preocupaciones de la población (si es que optamos por creerle a la CEP, Pulso Ciudadano o la Cosa Nostra).

 

En el mejor de los casos, se habla del cambio climático cuando nos afecta algún evento extremo, dígase sequías, tornados, incendios, inundaciones u olas de calor, y la mención a las problemáticas ambientales solo entra (a la fuerza) cuando una comunidad se resiste a algún proyecto contaminante y logra mediatizarlo a punta de marchas y barricadas.

 

En la coyuntura actual, buena parte de candidatos presidenciales han integrado en sus programas de gobierno algunas promesas “medioambientales”, bastante generales, superficiales y débiles, en materia de gestión hídrica o de protección de la biodiversidad, las que van de la mano con otras “medidas ecológicas” que apuntan a desmantelar la institucionalidad ambiental, fomentar el extractivismo minero, pesquero y forestal, pero con el apellido de “sustentable”, avanzar en la “descarbonización” de la matriz energética y seguir impulsando el “hidrógeno verde”.

 

Es decir, lo más lejos que llegan las promesas de Jara, Matthei, Parisi, MEO o Mayne-Nycholls es a consolidar lo que se conoce como Capitalismo Verde, una forma de acumulación de capital mediante la mercantilización de la Naturaleza con el supuesto objetivo de salvarla, es decir, es la ficción de cambiarlo todo sin cambiar nada.

 

Respecto a esto último, las promesas ambientales de algunos de los candidatos se enmarcan dentro de lo que Breno Bringel y Maristella Svampa han conceptualizado como el Consenso de la Descarbonización: “un acuerdo global que apuesta por el cambio de la matriz energética basada en los combustibles fósiles a otra sin (o con reducidas) emisiones de carbono, asentada en las energías «renovables». Su leitmotiv es luchar contra el calentamiento global y la crisis climática, estimulando una transición energética promovida por la electrificación del consumo y la digitalización. Sin embargo, más que proteger el planeta, contribuye a destruirlo, profundizando las desigualdades existentes, exacerbando la explotación de bienes naturales y perpetuando el modelo de comodificación de la naturaleza”.

 

Como ejemplo de lo anterior, en las últimas semanas se dio a conocer un informe del Relator Especial sobre los derechos humanos al agua potable y al saneamiento de la ONU, Pedro Arrojo Agudo, titulado El nexo entre el agua y la energía. En este se sostiene que, respecto a las “energías emergentes”, la transición energética se sostiene sobre cadenas de valor vinculadas a abusos a los derechos humanos, degradación ambiental y agotamiento de los recursos hídricos. 

 

Así, por ejemplo, la fabricación de paneles solares y baterías requiere de la extracción de minerales, como el litio o el cobre, que demandan altas cantidades de agua y provocan vertidos tóxicos en las masas de agua; la fabricación de baterías, a partir de la extracción y refinado de níquel y cobalto, emite dióxido de azufre, lo que provoca lluvia ácida y contribuye al efecto invernadero; y el hidrógeno verde – impulsado y defendido por este gobierno – es también altamente demandante de agua. El informe es explícito en señalar que el llamado Triángulo del Litio podría convertirse en una “zona de sacrificio verde”, en donde se ven amenazados los ecosistemas altiplánicos de Chile, Bolivia y Argentina y las comunidades que allí habitan. En resumen, no existen las “energías limpias y verdes”, aunque esto le guste al programa de Matthei.

 

Por cierto, el Informe también advierte de los peligros ambientales derivados de los requerimientos hídricos y energéticos de los Centros de Datos necesarios para el funcionamiento de la Inteligencia Artificial, la cual aparece como solución mágica en los programas presidenciales sin mencionar sus costos ambientales (la locura del solucionismo tecnológico, como diría Evgeny Morozov).

 

En el caso de Jeanette Jara esto no extraña pues es continuidad de un gobierno en donde Aisén Etcheverry, ex ministra y ex alto cargo de Amazon, impulsó un Plan Nacional de Data Centers en donde se habla de “data centers sustentables”, como si colocarle “sustentable” a algo cambiase su huella de extractivismo y contaminación. A propósito, en el programa de la candidata oficialista “Un Chile que cumple”, las palabras “sustentable”, “sostenible” y “sostenibilidad”, aparecen una cincuentena de veces, solo le faltó hablar de “contaminación sustentable”. Y es que el uso de estas palabras es una forma de blanqueo, marketing y devienen en cascarones vacíos. Como sostiene Andreu Escrivà, “se nos vende como sostenible lo que apenas es un poco de maquillaje”.


 


Siguiendo con los candidatos, mientras que Jara, Matthei, Parisi o Mayne-Nycholls integran cierto maquillaje verde en sus programas, en otros la ausencia es notoria, como en el caso de Kast. El candidato de extrema derecha neoliberal no solo carece de propuestas en materia de cambio climático o de resguardo de la biodiversidad sino que las pocas veces que habla de algo parecido al medio ambiente es para decir que lo “respetará” eliminando o modificando los permisos ambientales (que en otras oportunidades ha calificado de ideológicos) y que habrán facilidades regulatorias para el desarrollo energético con miras a industrias altamente demandantes como los Data Centers, a los cuales se les eliminarían los permisos actualmente exigidos.

 

En una vereda similar, Kaiser apuesta por un negacionismo a lo Trump definiendo al cambio climático como una “ideología” y “dogma globalista”, aun cuando existe desde hace bastante tiempo un evidente consenso científico en cuanto a la existencia del cambio climático y a su origen antropogénico. En el año 2000 el Premio Nobel de Química Paul Crutzen propuso el concepto de Antropoceno para referirse a una nueva época geológica caracterizada por el impacto humano sobre los ecosistemas terrestres, desde entonces el concepto ha tenido varias derivadas como lo son el Capitaloceno, el Chthuluceno, el Piroceno o, la que más calzaría con Kaiser, el Idioceno, una época de ignorancia empoderada en donde “los sapiens han puesto todo su empeño en culminar su gran obra maestra, autodestruirse, y están dispuestos a llevarse por delante todo lo que se anteponga en su camino”.

 

Por último, mención especial para Artés, quien sostiene que “entre el dilema de industrializar a la patria y el de remediar el problema ecológico, el Gobierno Patriótico Popular al que aspiramos los comunistas optará por la opción primera”. Sin palabras… o, más bien, mejor unas palabras de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin: Si no eres parte de la solución, eres parte del problema.

 

 

Punto de no retorno

 

Mientras el circo electoral entra en tierra derecha, las señales del colapso planetario se hacen cada vez más evidentes. El informe Global Tipping Points 2025 (Puntos de No Retorno) publicado hace unos días señala que, por primera vez, la humanidad ha alcanzado uno de los Puntos de No Retorno con la desaparición masiva de los arrecifes de coral de aguas cálidas. Un Punto de No Retorno, o Punto de Inflexión climático, es un umbral crítico que, al ser sobrepasado, origina cambios significativos y, generalmente, irreversibles en el sistema climático y ambiental del planeta.

 

En el caso de los arrecifes de coral, estos cubren menos del 1% de la superficie de los océanos pero de ellos depende un cuarto de toda la vida marina, ya que ahí encuentran refugio y alimento una gran variedad de peces, esponjas, moluscos, crustáceos y otras formas de vida, siendo uno de los ecosistemas más diversos y complejos que existen. Muchas comunidades humanas viven también de los arrecifes de coral y de sus ecosistemas, al ser fuente de alimento, ingresos por pesca y turismo y una barrera natural frente a los huracanes.

 

Se estima que la vida de mil millones de seres humanos depende de los arrecifes de coral, los mismos que hoy están muriendo producto del calentamiento de las aguas provocado por el cambio climático, a lo que hay que agregar el daño de las emisiones de gases de efecto invernadero que acidifican el mar, la explotación pesquera y la contaminación por residuos agrícolas, químicos e industriales.

 

Es una verdadera tragedia planetaria, pero, lamentablemente, esto está recién comenzando. El mismo informe indica que podríamos alcanzar pronto otros Puntos de No Retorno, incluyendo el deshielo de las capas polares, lo que aumentaría el nivel del mar impactando a cientos de millones de personas (incluyendo a Chile); la degradación del Amazonas, producto del aumento de las temperaturas y la deforestación, lo que afectaría directamente a más de 100 millones de personas; y el colapso de corrientes oceánicas que regulan el clima planetario, como la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico (AMOC) que aumentaría el frío de los inviernos en Europa, alteraría los monzones en la India y África y afectaría toda la producción agrícola mundial. Es gravísimo, pero no es una sorpresa, los científicos de todo el mundo lo vienen advirtiendo desde hace décadas.

 

 

Límites planetarios

 

Otro de los marcos de referencia para evaluar la estabilidad del plantea son los llamados Límites Planetarios, que se refieren a 9 procesos globales críticos que mantienen estable el sistema terrestre y que son afectados por las actividades humanas. Sobrepasar estos límites significaría cambios ambientales abruptos e irreversibles a gran escala que pondrían en riesgo a las sociedades humanas y la biosfera.

 

La mala noticia: hemos sobrepasado 7 de los 9 límites planetarios y los principales responsables de la crisis, los países del Norte Global, no harán nada. Las cosas como son, el último Informe sobre la Brecha de Producción es claro al respecto: a 10 años de los Acuerdos de París los países productores de combustibles fósiles no han disminuido sus actividades y planean producir para el 2030 un 120% más que el límite necesario para evitar que el calentamiento global supere los 1,5°. Los arrecifes de coral están condenados.

 

Al borde del precipicio: el no tomar en cuenta esta realidad convierte a los programas presidenciales en una mera colección de palabras. Y, aunque en realidad siempre es así, pues la cantidad de promesas cumplidas al terminar sus mandatos no llega ni al 50%, en este contexto tienen mayor probabilidad de esfumarse pues la realidad en la que las candidaturas basan sus promesas y en la que el pueblo basa sus expectativas, podría simplemente ser otra en el corto o mediano plazo. Inundaciones, olas de calor, aumento del nivel del mar (hay playas que ya están desapareciendo), migraciones climáticas (internas o trasnacionales), pérdida de cosechas, mega sequía, no están en los cálculos políticos pero se encuentran a la vuelta de la esquina.

 

Un ejemplo de lo anterior es la sequía. “Nunca reconoceremos el valor del agua hasta que el pozo esté seco”, dijo el historiador Thomas Fuller, y la realidad es que los pozos ya están secándose. En un estudio publicado hace unas semanas en la revista Nature, se analiza cómo el calentamiento global originado por el ser humano perturba los ciclos hidrológicos, conduciendo a la escasez de agua dulce, lo que amenaza a numerosas poblaciones en todo el mundo. El estudio sostiene que, producto del cambio climático, algunas regiones como Argentina, África Oriental y Rusia tendrán climas más húmedos, mientras que otras como Sudáfrica, Australia y Chile, experimentarán un aumento persistente de la sequía, con la posibilidad real de un Día Cero, es decir, un momento en donde una ciudad se queda sin agua potable para sus habitantes.

 

Si a la megasequía le agregamos el mega-saqueo hídrico de los dueños de Chile, como la familia Luksic, el panorama es sombrío. Hace poco las autoridades del Ministerio de Obras Públicas dieron a conocer el Balance Hídrico Primavera 2025 en donde se vuelve a constatar un balance negativo de lluvias y acumulación de nieve durante este año, con 31 comunas bajo decreto de escasez y un abastecimiento de agua para el consumo humano asegurado hasta marzo de 2026. Ese es nuestro margen en la actualidad, 6 meses. ¿Y si en esos 6 meses no llueve? ¿Y si llegamos, en algún momento, a una situación en donde haya que racionar? ¿Quién tendrá prioridad: las comunidades o los centros de datos sin los cuales no pueden funcionar las IAs que todos los candidatos quieren imponer en el Estado?

 

 

El problema es el capitalismo

 

A estas alturas ya es un cliché decirlo, pero el problema es el capitalismo, un sistema de acumulación, explotación, apropiación y devastación para generar una ganancia infinita en un planeta de Naturaleza finita. De ahí que autores como Jason W. Moore nombren a esta era de la humanidad como Capitaloceno y de ahí, también, que las fuerzas políticas que forman parte de este sistema lo defiendan y lo promuevan, ya sea negando la crisis medioambiental o impulsando formas de acumulación “verde” con la fraseología de lo “sustentable”.

 

Y es que nadie dirá lo que hay que decir: que necesariamente el cambio climático y el colapso ecológico provocará sufrimientos y que cualquier tipo de intento de solución o de freno requerirá del esfuerzo y sacrificio de todos y todas, que habrán cosas que ya no podrán seguir siendo como antes, industrias y trabajos que deben dejar de existir, estilos de vida y de consumo que no son viables, productos de los que habrá que prescindir, desigualdades que hay que erradicar urgentemente, ideologías del crecimiento perpetuo que son insostenibles, países centrales y grandes empresas que deben ser confrontadas y cambios radicales en nuestras sociedades, la política y la economía que deben colocar a las comunidades y la vida en general por sobre la ganancia, el despilfarro y la muerte, en definitiva, que el capitalismo ya no puede existir. Y nadie lo dirá, no solo porque no lo creen, sino que también porque esto no da votos.

 

Ya está bastante claro que las soluciones no vendrán de ningún candidato, gobierno, Estado, cumbre internacional o una mágica solución tecnológica; la última esperanza humana está en las acciones que puedan ser desarrolladas desde la base social, desde las comunidades organizadas que defienden la vida.

 

Las campañas pasarán y en el verano las olas de calor, los incendios, las playas que desaparecen y las comunidades que viven en base a camiones aljibe nos recordarán – por un rato – que el clima está cambiando y que, probablemente, algo malo esté pasando. Quizás sea un buen momento para pensar en los corales y en su triste destino y que, si no actuamos ahora, los próximos en la lista, tal vez, seamos nosotros.

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