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Bolsitas en la vereda: la droga que camina entre nuestros niños, niñas y adolescentes

  • Foto del escritor: Matías Rodríguez  /  Sociólogo pincoyano
    Matías Rodríguez / Sociólogo pincoyano
  • 3 oct
  • 3 Min. de lectura

Por Matías Rodríguez, sociólogo pincoyano.


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Un hallazgo que sacude


Camino casi todos los días con mi hija por el casco histórico de Huechuraba. Ella está en pre-kínder y muchas veces hacemos juntos el trayecto entre el colegio, la plaza y la casa. Una tarde, mientras avanzábamos por la vereda, noté una pequeña bolsa transparente con restos blancos en su interior y la cara de Pablo Escobar estampada. Al principio pensé que era basura, pero la repetición me golpeó: no era la primera vez que veía algo así.


Desde pequeño conocí casas donde se traficaba, plazas ocupadas por consumo de alcohol y drogas, adultos apropiándose de espacios que deberían ser recreativos para niñas, niños y adolescentes. Pero verlo ahora, al alcance de la mano de mi hija, lo vuelve mucho más brutal. ¿Y si ella la hubiera recogido? ¿Y si otro niño pensara que se trata de un dulce?


Estas bolsas aparecen en distintas calles, plazas y paraderos de nuestra población: la Plaza Cívica, el skatepark y los accesos más transitados. Ya no es un hecho aislado. La droga ha dejado de estar oculta: hoy se muestra sin pudor en el espacio público, a plena luz del día, al alcance de cualquiera.


 

Riesgo inmediato y normalización


El peligro físico es evidente: un niño puede tener contacto directo con restos de droga, inhalarla o incluso ingerirla accidentalmente. Pero existe otro riesgo, menos visible y más profundo: la normalización.


Si estas bolsas siguen apareciendo y nadie actúa, si la comunidad y las autoridades no reaccionan, nuestra infancia terminará aprendiendo a convivir con la droga como parte natural del paisaje urbano. Que nuestros niños, niñas y adolescentes crezcan viendo estos residuos en plazas y veredas es un recordatorio silencioso de que el narcotráfico ya se insertó en la vida cotidiana.

 


La desigualdad detrás de cada bolsa


En Chile, cerca del 24% de la población son menores de 18 años —unos 4,5 millones— y de ellos, dos de cada cinco vive en pobreza multidimensional, con carencias en educación, salud, vivienda y entorno (UNICEF, 2025). Estas condiciones hacen que los riesgos no se distribuyan de manera equitativa: la infancia en territorios vulnerables convive con basurales, falta de luminarias, espacios públicos deteriorados… y ahora también con la huella del narco en cada vereda.


Cada bolsa abandonada es más que un desecho: es un indicio. Señala microtráfico, consumo abierto y transacciones que ocurren a metros de colegios, multicanchas y ferias libres. El narcotráfico se instala no solo en la esquina o en la casa deshabitada, sino también en la vida cotidiana de nuestras poblaciones, transformando la cultura barrial de los espacios públicos en un foco de riesgo para quienes habitamos en ella.


Huechuraba no es ajena a este fenómeno. Y como en muchas otras comunas de la Región Metropolitana, el narcotráfico aprovecha vulnerabilidades estructurales para desplegarse: pasajes estrechos, calles oscuras, veredas deterioradas y por sobre todo la pobreza, expresión de la desigualdad territorial.


El narcotráfico se consolidó en Chile desde la dictadura, aprovechando el acceso a precursores químicos del Ejército y la cercanía de actores ligados al poder; incluso los hijos del dictador mantuvieron vínculos con narcotraficantes. Esta inserción temprana estableció un patrón de expansión que apuntó a desarticular el tejido social de las poblaciones, dejando huellas que hoy vemos en nuestras plazas y veredas.


 


La puerta de entrada hacia nuestras infancias


Según el XV Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar (SENDA, 2025), 2 de cada 10 escolares reconoce haber consumido marihuana en el último año. Además, se observa un aumento en el consumo de alcohol, tabaco y marihuana entre mujeres escolares, llegando incluso a superar a los hombres en algunas categorías. La normalización no es solo visual: es también conductual.


En 2024, más de 300 adolescentes de la Región Metropolitana ingresaron a programas de tratamiento de SENDA. No hablamos de casos aislados, sino de una generación entera que necesita respuestas concretas y sostenidas.

 


Un llamado desde nuestras veredas


Me preocupa que mi hija, y cualquier niño o niña de esta comuna, crezca normalizando la droga en todos lados. Me niego a aceptar que las bolsas con droga se vuelvan parte del paisaje urbano, como si fueran simples papeles de helado tirados en la calle.


Propongo algo sencillo pero poderoso: no miremos hacia otro lado. Denunciemos. Avisemos. Conversemos en la junta de vecinos, en el colegio, en la feria. Exijamos que la Municipalidad actúe con rapidez. Involucrémonos como comunidad.

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