Los costos de la inteligencia artificial: Más extractivismo, explotación laboral y contaminación
- Pincoyazo

- 26 abr
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Actualizado: 16 ago
“Nubes” o “autopistas de la información” son solo metáforas que esconden la realidad material y los impactos socio-ambientales de las nuevas tecnologías orientadas a la acumulación de capital y no a mejorar las condiciones laborales ni la calidad de vida de la población.

“Nubes”, “autopistas de la información” e “inteligencias artificiales” son algunas de las metáforas creadas para esconder la realidad material y los impactos ambientales y sociales de las nuevas tecnologías.
Los más de 216 millones de litros de agua consumidos por ChatGPT en menos de una semana para generar imágenes al estilo Studio Ghibli, alertaron a muchos sobre el enorme consumo hídrico de la inteligencia artificial, originado principalmente por los sistemas de enfriamientos de los Centros de Datos, esas enormes moles de cemento a las cuales se les llaman “nubes”. Allí, los datos sobre nuestra vida que han sido apropiados por Google, Facebook, Amazon y otros, son almacenados, clasificados, etiquetados y utilizados para entrenar e implementar los algoritmos de los Modelos Extensos de Lenguaje y de la Inteligencia Generativa que permiten chatear con Meta Ai o crear ilustraciones a partir de palabras.
Estimaciones de la Agencia Internacional de Energía proyectan que para el 2020 los centros de datos requerirán el equivalente al consumo anual de electricidad de todo Japón. Esta alza será impulsada principalmente por la Inteligencia Artificial y se prevé que el procesamiento de datos requerirá más electricidad que toda la industria manufacturera de bienes intensivos en energía. Esto significará un aumento en las capacidades de generación, con todos los costos ecosociales que ello conlleva; incluyendo las líneas de transmisión eléctrica que pueden amenazar comunidades y ecosistemas como las asociadas al Centro de Datos de Amazon en Huechuraba.
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Parte importante de la demanda energética de los Centros de Datos proviene de microprocesadores de alta potencia indispensables para el entrenamiento algorítmico y el procesamiento de información que son fabricados a partir de minerales como el silicio, el cobre, el tantalio, el paladio, el boro o el tungsteno, en una cadena global de extractivismo minero que devasta territorios y comunidades. Desde la destrucción de salares andinos para la extracción de litio, pasando por el oro saqueado por grupos criminales en la Amazonía, hasta el genocidio y las guerras en la República Democrática del Congo por el control del estaño, el tantalio y el tungsteno, las nuevas tecnologías aceleran la destrucción planetaria y acentúan las desigualdades globales.
Pero la materialidad de la Inteligencia Artificial no termina ahí. Los datos entre continentes viajan por las llamadas “autopistas de la información”, que en realidad son cables submarinos que han invadido los mares siguiendo los trayectos dibujados por los telégrafos del Imperio Británico, replicando viejas formas de colonialismo. Las mismas que podemos ver cuando miramos países como Kenya o Ghana, ubicados en el Sur Global en donde van a parar los componentes electrónicos, como las GPUs, una vez terminada su vida útil.
De esta forma, tenemos una Inteligencia Artificial que no es inteligente ni mucho menos artificial, nubes que en realidad son bunkers de cemento que consumen enormes cantidades de agua y electricidad, funcionando gracias a cables, chips y otros componentes construidos a partir del extractivismo minero, la explotación laboral, la contaminación y la sangre de miles de personas.
En un escenario de crisis climática y ambiental, es necesario preguntarse no solo cuales son los costos ambientales y sociales de generar una imagen o hablar con ChatGPT, sino que también, y en primer lugar, a quienes están beneficiando realmente estas tecnologías, qué modelo de sociedad llevan asociados y si realmente estamos dispuestos a dilapidar nuestro futuro y el del planeta solo por las promesas de los grandes magnates tecnológicos.






