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Matar y morir por un Iphone

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    Patricio / No a Amazon
  • 30 jul
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 16 ago

Por Patricio Hernández, cientista político y poblador de La Pincoya



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“Mamá, papá, ¿me compras un iPhone”. Cuántos han escuchado esta frase y lidiado con sus problemáticas consecuencias; desde el soportar un berrinche al tener que decir que no, hasta los dolores de cabeza que provoca el cálculo mental de cuotas e intereses si uno dice que sí. Y es que pareciera que todos quieren tener un iPhone y, lo que es aún más importante, decirle y mostrarle a todo el mundo que poseen uno. La necesidad por el aparato llega a tales extremos que hay quienes están dispuestos a matar y/o morir por uno.

 

La tarde del pasado 30 de mayo la comunidad de Melipilla se vistió de luto. En la Plaza de Armas comunal fue asesinado un menor de 17 años, luego de ser apuñalado en medio de una riña entre escolares. Los medios indicarían más tarde que, aparentemente, la pelea tuvo su origen en el robo de un iPhone 11 y un iPhone 16[1]. Un par de meses antes, un grupo de motochorros fue condenado por asesinar a un hombre a balazos para robarle un iPhone 11 en Antofagasta[2]. Estos son solo algunos tristes ejemplos de robos y asesinatos ejecutados con el objetivo de apoderarse de algún smartphone, especialmente de aquellos con el símbolo de la manzana.


Fuente: Canal13
Fuente: Canal13

 

Es cierto que en la actualidad existen otras mercancías igualmente codiciadas (como ciertos modelos de vehículos o de relojes, por ejemplo), por las cuales la gente también se endeuda y está dispuesta a morir para evitar su robo por parte de aquellos que están dispuestos a matar para arrebatárselas. Pero el iPhone está asociado a elementos simbólicos, sociales y geopolíticos que vale la pena examinar para, al mismo tiempo, examinarnos a nosotros mismos como sociedad.


 

LA ERA DEL SMARTPHONE

 

El iPhone fue lanzado el 2007 por la compañía estadounidense Apple Inc., encabezada en ese entonces por Steve Jobs, revolucionando no sólo la telefonía móvil sino que también la forma en que nos relacionamos con las tecnologías digitales. Si antes los celulares servían principalmente para enviar mensajes de texto y hacer llamadas, con la llegada del iPhone esto cambia radicalmente. La introducción de la pantalla táctil, la navegación web, la reproducción de música y la posibilidad de descargar aplicaciones (al año siguiente se lanzaría la App Store), permitirían la construcción de una nueva economía basada en un dispositivo que permite una relación personal y permanente con las plataformas, medios y redes digitales. Nacía la era del smartphone.

 

En La era del Individuo Tirano, el filósofo francés Éric Sadin nos describe como el smartphone ha permitido una conexión espacio-temporal ininterrumpida, la satisfacción producida por una interfaz táctil que responde a nuestra órdenes y la guía de nuestra vida cotidiana por parte de aplicaciones, lo que ha cambiado la relación que tenemos con lo real y con nuestra autoimagen: individuos que se imaginan a sí mismos como beneficiarios de formas inéditas de poder y autonomía. Sin embargo, esta ilusión de mayor autonomía, nos dice Sadin, en realidad, está encerrada por lógicas de vigilancia y análisis de los comportamientos con fines mercantiles a través de esos mismos dispositivos que supuestamente nos empoderan. Y es que el smartphone fue la herramienta crucial para la masificación de una nueva forma de capitalismo, aquella basada en la extracción y apropiación masiva de los datos de cada uno de los usuarios y de cada uno de los aspectos de la vida humana que comenzaron a estar intermediados por las plataformas digitales y las redes sociales a las que accedemos a través de este aparato del cual no podemos escapar.

 

La llegada del iPhone cambiaría muchas cosas y desataría fuerzas que se desplegarían hasta los últimos rincones del mundo.


 

EXTRACTIVISMO, MONERALES DE SANGRE Y EXPLOTACIÓN SIN FIN

 

¿Alguien recuerda el año 2008? Fue el año de la crisis subprime, de la erupción del Volcán Chaitén, de la elección de Obama y de los Juegos Olímpicos en Pekín. En Chile fue el año en que cientos de personas madrugaron en las afueras de los centros comerciales en Santiago, Viña del Mar y Concepción, con la esperanza de adquirir por primera vez un iPhone. Este hecho fue noticia, reseñada en todos los grandes medios, por el contrario, lejos de estas tierras, dos acontecimientos ocurrieron ese mismo año sin ninguna cobertura mediática. En China un trabajador de la multinacional Foxconn apareció muerto en Shenzhen, aparentemente por suicidio, y en la República Democrática del Congo se iniciaba la Batalla de Goma, que llevaría al desplazamiento de más de 250 mil personas y acabaría con la vida de cientos de civiles. Lo que une a todos estos hechos aparentemente inconexos es el iPhone.

 

El iPhone, al igual que otras mercancías electrónicas, es el producto físico final de una cadena global de mercancías, procesos y suministros que abarca diversas geografías y realidades. Así, por ejemplo, un iPhone contiene acelerómetros producidos por Bosch de Alemania, procesadores de banda base de Qualcomm de Estados Unidos o memorias flash de Toshiba de Japón y de Samsung de Corea del Sur. Apple es la propietaria del iPhone, pero no puede producirlo sin los componentes de otras compañías y sin la mano de obra que fabrica estos componentes y que construye finalmente este smartphone, es decir, no hay iPhone sin Foxconn (la taiwanesa Hon Hai Precision Industry Co., Ltd), la mayor fabricante de componentes electrónicos y el mayor empleador industrial en el mundo, tiene más de 1 millón de trabajadores en sus fábricas en Asia, Europa y América, siendo las más grandes las de Shenzhen y Zhengzhou en China. Allí se elaboran las piezas y ensamblan los productos de Apple (iPhones, iPads, Kindles, Macs, etc.) pero también los de HP, IBM, Amazon, Nintendo, Microsoft, Sony, Samsung, Toshiba, Lenovo, Huawei, entre otras.

 


Hon Hai Precision Industry Co., Ltd - Empresa Taiwanesa
Hon Hai Precision Industry Co., Ltd - Empresa Taiwanesa


La clave del éxito de Foxconn está en la combinación entre robótica y altos y brutales niveles de explotación laboral. Gran parte de los trabajadores y trabajadoras de Foxconn en China provienen de aldeas rurales, carecen de derechos laborales y sufren de mayor inestabilidad y menores salarios que los trabajadores chinos de las ciudades. Aprovechándose de esta situación, Foxconn obliga a los trabajadores a laburar horas extras en jornadas diarias de 12 horas, humillados, con bajos salarios, habitando en cuartos hacinados y sometidos a un intenso y repetitivo ritmo que los sobrepasa de forma tal que muchos acaban suicidándose. Entre 2010 y 2011 cerca de 20 trabajadores se suicidaron o intentaron suicidarse en las fábricas de Foxconn en China, incluyendo a Sun Dan-Yong quien fue perseguido y golpeado por empleados de la compañía luego de ser acusado de perder un prototipo de un iPhone, tras lo cual se suicidó saltando de un departamento. Estas extremas condiciones de explotación laboral, reflejadas en el libro Morir por un iPhone. Apple, Foxconn y la lucha de los trabajadores en China de los investigadores  Pun Ngai, Jenny Chan y Mark Selden, y lo que se denominó como una “ola de suicidios” provocaron cierta crítica internacional en su momento y pusieron en tela de juicio a Apple, pero poco ha cambiado desde entonces.

 

Y es que la explotación laboral es una de las claves para que Apple se haya convertido en la compañía más valiosa del mundo. De acuerdo a un análisis del Tricontinental Institute for Social Research[3], de cada iPhone X vendido por 999 dólares, 370.89 corresponden al costo de los diversos componentes del teléfono, 24.5 es lo que se le destina a pagar a los trabajadores y ¡603.56 son ganancias para Apple!.

 

Las enormes ganancias de Apple se sostienen en la explotación, pero no solo de los trabajadores de Foxconn sino que también de los pueblos africanos y de los ecosistemas. Dentro de un iPhone nos encontraremos minerales y metales como el aluminio, el cobalto, el coltán, el oro, el cobre, el arsénico o el platino. El hambre de las compañías tecnológicas por estos elementos está devastando comunidades y ecosistemas. En la Amazonía la minería ilegal se ha expandido violentamente de la mano de grupos criminales vinculados al narcotráfico, mientras en África los genocidios, guerras civiles, golpes de Estado, esclavitud laboral, explotación infantil, violencia de género, corrupción y contrabando, han asolado al continente desde hace décadas de la mano con el extractivismo minero, especialmente en la República Democrática del Congo. Aquí se encuentran importantes yacimientos de tantalio, estaño y wolframio[4], disputados por diversos grupos armados y países vecinos que buscan hacerse con el control de la base material de la revolución tecnológica. Posiblemente, todos nuestros smartphones tienen un poco de la República Democrática del Congo… y algo de su sangre también.


 

COMPRANDO UN ESTATUS

 

Junto a la explotación de los trabajadores en las factorías chinas y las minas africanas y a la apropiación impune y violenta de los elementos de la naturaleza, un tercer factor determina las extremas ganancias de Apple y es la implantación de la necesidad del iPhone en la población a través del marketing.

 

Desde sus inicios con el iPhone (y un poco antes con el MacBook), Apple ha vendido más que un teléfono, lo que ofrece a los consumidores es exclusividad, el sentirse miembro de un grupo selecto de personas con la capacidad adquisitiva para estar a la vanguardia de la tecnología y del consumo; es decir, en otras palabras, ofrece la ilusión de pertenecer a una clase social. De ahí que su estrategia de marketing esté enfocada en difundir y fortalecer esta imagen y la necesidad de pertenecer a este grupo como forma de adquisición de estatus. Es por esto que no existen iPhones de baja o media gama, todos son de alta gama, costosos, exclusivos, de lujo.

 

En una sociedad de consumo en donde se ha impuesto una lógica cultural donde “eres lo que tienes” y “lo que tienes hay que mostrarlo” pues “si no luces lo que tienes no eres nadie”, lo que importan son las apariencias; la apariencia de poder adquisitivo, la apariencia de estar a la moda, la apariencia de tener lo mejor, de poseer lo último de lo último, ya que en la apariencia se dibuja el cómo quiero que me vean los demás y el cómo, al mismo tiempo, los demás me evalúan y me encasillan dentro de uno u otro estereotipo. La marca de nuestra ropa, de nuestro auto, de nuestro teléfono, son etiquetas que nos clasifican y definen quienes somos. Por eso el iPhone se convierte en una necesidad, aunque para pagarlo haya que endeudarse por años y dedicar cientos de horas de vida para cumplir con cada cuota. En esta sociedad, lo que somos y cómo nos ve el resto es algo que se compra en cuotas y con intereses.

 

Mostrar un iPhone es mostrar que algo se ha logrado, alardear que se está en cierta posición y que se han conquistado ciertas cosas en la vida. Cuando alguien dice, en voz bastante alta, “yo le compré un iPhone a mi hijo”, está autovalidándose como un individuo que cumple con las expectativas que la sociedad de consumo ha depositado sobre él, pues no sólo es capaz de comprar el aparato para sí mismo sino que también, en el caso de los hombres, se valida como “hombre proveedor” de su familia. Si se hace alarde de un iPhone frente a alguien que no puede comprarlo, la reafirmación es aún mayor pues abre paso a la posibilidad de sentirse superior, diferenciándose de aquellos que están por debajo. Si se hace frente a otros que también tienen uno o lo compran a sus hijos, es la llave de entrada al club de los consumidores exclusivos del que nadie quiere quedar afuera.

 


Brad Pitt utilizando un Iphone
Brad Pitt utilizando un Iphone


Esta necesidad también la vemos en los jóvenes, incluso en los niños. Mostrar y comparar los teléfonos en la escuela o entre amigos es un ejercicio común y que puede desatar diversas pasiones, incluyendo discriminación, bulling o peleas. Comunicarse con iMessage (la mensajería de Apple) excluye a quienes posean un Android, marcando diferencias que potencian la necesidad por el aparato y la exigencia de su compra a los padres.

 

Convertido en una necesidad, no extraña entonces que haya quienes estén dispuestos tanto a sacrificar su vida al sometimiento crediticio como a arriesgarla en caso de la amenaza de un robo. Y es que perder un iPhone es una pérdida de una importante suma de dinero y, más importante aún, de todo el estatus social asociado a este. Por otra parte, aquellos, especialmente los jóvenes varones, que no pueden acceder al codiciado dispositivo a través del trabajo formal, el crédito o sus familiares, pero que de todas formas lo necesitan para acceder a un mundo que les es negado, optan por formas delictivas, ya sea robándolos o en actividades criminales que les permitan comprar y lucir uno, aunque para ello tengan que matar o dañar en el camino. Si esta es la violenta opción para algunos hombres jóvenes, para algunas mujeres (o incluso niñas) lo está siendo el conseguir un sugar daddy, vender contenido erótico o sexual en alguna plataforma o recurrir a diversas formas de prostitución. Por cierto, la búsqueda de formas de acceso alternativas, informales o ilegales no la motiva solo el iPhone, también apunta a un conjunto objetos, situaciones y escenarios de consumo con alta carga simbólico-cultural y sin los cuales no es posible una identidad ni ningún tipo de reconocimiento social.

 

Para terminar la reflexión, lo que queda es preguntarnos si realmente necesitamos un iPhone para “ser alguien” y si cuando se lo compramos a nuestros hijos no estamos sino fomentando una realidad de apariencias, vidas compradas, trabajadores explotados, territorios saqueados y vidas desperdiciadas, en donde los únicos que salen ganando realmente son los propietarios de la empresa de la manzanita.





REFERENCIAS


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